
Otro de los edificios que tuve la oportunidad de fotografiar durante mis estudios en Gamboa, fue la antigua casa del Superintendente de Dragado. Construída en los años treintas, y diseñada por el arquitecto de la época Meade Bolton, esta estructura es un fiel testigo del incansable deseo de los diseñadores norteamericanos por crear un espacio en el que el elemento bioclimático tuviera una presencia más en armonía con sus habitantes. Grandes ventanales con mallas contra instectos, aleros sobredimensionados para los torrenciales aguaceros, techos altos con sistemas de ventilación orgánicos y cientos de detalles que cimientan el vínculo habitante-naturaleza-habitáculo.
A pesar del tiempo, organizaciones como el Smithsonian se encargaron de darle el mantenimiento requerido a la estructura, permitiendo que se conserve mucho del trazado original y algunas remodelaciones que se le realizaron en los años setentas.
Recorrí cada habitación con nostalgia, el gran salón por ejemplo, con sus pisos de madera que reflejan vidas pasadas, bailes y cuentos nocturnos, los cuartos principales, con su vista a la palma del viajero, la cocina que aún está impregnada del olor a cálidos brevages.
Es justo darse la oportunidad de soñar en estos lugares, entregarse al pasado y estremecerse con un pedazo de la historia.
A pesar del tiempo, organizaciones como el Smithsonian se encargaron de darle el mantenimiento requerido a la estructura, permitiendo que se conserve mucho del trazado original y algunas remodelaciones que se le realizaron en los años setentas.
Recorrí cada habitación con nostalgia, el gran salón por ejemplo, con sus pisos de madera que reflejan vidas pasadas, bailes y cuentos nocturnos, los cuartos principales, con su vista a la palma del viajero, la cocina que aún está impregnada del olor a cálidos brevages.
Es justo darse la oportunidad de soñar en estos lugares, entregarse al pasado y estremecerse con un pedazo de la historia.